Virgen De Fátima ©

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Obra Inspiración de Valerie Mojica©valeriemojicaart.com

lunes, 2 de junio de 2014

EL SALUDO DE MARIA

   

Este pasado 31 de mayo se celebró en la Iglesia "La Visitación de María".  Y como prometí anteriormente les comparto esta meditación realizada por el Padre Fundador del Movimiento de Schoenstatt,  cuya causa se  encuentra en proceso de Beatificación en El Vaticano, El Siervo De Dios, Padre José Kentenich.  A quien le interese recibir una copia tamaño pequeño para su cartera, bolso, etc. y así tener disponibles para regalar o para uso personal, les podré enviar una a su petición por medio de correo aéreo por una donación de $1.00 + un sobre pre-dirigido con su nombre y dirección. Envíeme su email por medio de esta pagina y se le enviará la dirección a donde puede enviar su pedido.  Les adelanto que esta novena es muy milagrosa. 


Cuando en el Campo de Concentración de Dachau la   necesidad era ya insoportable y muchos de los prisioneros morían de hambre, el Padre Kentenich promovió entre el círculo de los Schoenstattianos una Novena a la Madre de Dios.  Y con ella logró la ayuda anhelada. 
    
     Esta Novena finalizó en la Fiesta de la Visitación (2-7-1942).  Al contemplar esta Fiesta de María, el Padre Kentenich hizo una oración para los nueve días: “Madre, yo te saludo; Madre, salúdame también Tú a mí.”  Explicando esta sencillísima oración, dijo él a los suyos que este Saludo de la Madre de Dios a Isabel “obraba milagros”.  Leemos en la Sagrada Escritura: “Y María saludó a Isabel.” (Luc. 1:40). Isabel reconoció, iluminada por el Espíritu Santo, que María llevaba al Mesías bajo su corazón. Juan, su hijo, fue santificado en su seno: “...tan pronto oí tu saludo, el niño saltó de gozo en mi seno.” (Luc. 1:44).
  
       Y Zacarías recobró nuevamente el habla.
   
      ¿No deberíamos nosotros también hacer nuestra esta jaculatoria que obra milagros y rezarla – llenos de confianza – como Novena?  Y no solamente para nosotros, sino también para todas las grandes y difíciles necesidades de nuestro tiempo: “Madre, yo te saludo; saluda tu a mi marido, que está expuesto a muchas tentaciones...  Saluda a mi mujer, que anda por caminos peligrosos...  A mi hija, que ha caído en la costumbre de la droga... A nuestro hijo, que sigue sin aparecer...  Saluda a nuestros sacerdotes...”, etc.
    
     Entonces muchos de los sacerdotes que pasan por momentos de crisis, permanecerán fieles a su consagración –gracias a nuestra jaculatoria que “obra milagros”; entonces, también nuestra juventud, a veces tan desvalida, se encontrará más protegida y podrá comprender mejor el sentido de la vida. El odio endemoniado podrá poco a poco convertirse en amor, y así los hombres podrán vivir en paz. 

         Los enfermos sanarán o recobrarán fuerzas para llevar su cruz con valentía, uniéndose a Cristo, el gran portador de la Cruz.

        Este es el aporte más fuerte y eficaz para que el mundo vuelva al Hogar del Padre.

       La agitación de nuestro tiempo, unida a las súper exigencias a que están sometidos los hombres no da posibilidad a veces para más largas oraciones; pero con la súplica breve, llena de confianza, podemos quizá, en medio del ajetreo diario, dirigirnos a la Madre de Dios diciéndole:  ¡Madre, saluda a los que tanto quiero...! Madre saluda también a aquellos que tanto me preocupan...  Saluda a nuestro pobre pueblo... Saluda a los que gobiernan las naciones...  Saluda a los que tanto necesitan de Tu poder transformador... Saluda a los jóvenes, saluda a los ancianos, saluda a los que viven en soledad...”
    
      “Madre, yo te saludo; salúdalos también Tú a ellos.                                                                                                                                                                                                                        
                                                                                                     Amén
     Cuando en el Campo de Concentración de Dachau la   necesidad era ya insoportable y muchos de los prisioneros morían de hambre, el Padre Kentenich promovió entre el círculo de los Schoenstattianos una Novena a la Madre de Dios.  Y con ella logró la ayuda anhelada. 
    
     Esta Novena finalizó en la Fiesta de la Visitación (2-7-1942).  Al contemplar esta Fiesta de María, el Padre Kentenich hizo una oración para los nueve días: “Madre, yo te saludo; Madre, salúdame también Tú a mí.”  Explicando esta sencillísima oración, dijo él a los suyos que este Saludo de la Madre de Dios a Isabel “obraba milagros”.  Leemos en la Sagrada Escritura: “Y María saludó a Isabel.” (Luc. 1:40). Isabel reconoció, iluminada por el Espíritu Santo, que María llevaba al Mesías bajo su corazón. Juan, su hijo, fue santificado en su seno: “...tan pronto oí tu saludo, el niño saltó de gozo en mi seno.” (Luc. 1:44).
  
       Y Zacarías recobró nuevamente el habla.
   
      ¿No deberíamos nosotros también hacer nuestra esta jaculatoria que obra milagros y rezarla – llenos de confianza – como Novena?  Y no solamente para nosotros, sino también para todas las grandes y difíciles necesidades de nuestro tiempo: “Madre, yo te saludo; saluda tu a mi marido, que está expuesto a muchas tentaciones...  Saluda a mi mujer, que anda por caminos peligrosos...  A mi hija, que ha caído en la costumbre de la droga... A nuestro hijo, que sigue sin aparecer...  Saluda a nuestros sacerdotes...”, etc.
    
     Entonces muchos de los sacerdotes que pasan por momentos de crisis, permanecerán fieles a su consagración –gracias a nuestra jaculatoria que “obra milagros”; entonces, también nuestra juventud, a veces tan desvalida, se encontrará más protegida y podrá comprender mejor el sentido de la vida. El odio endemoniado podrá poco a poco convertirse en amor, y así los hombres podrán vivir en paz. 

         Los enfermos sanarán o recobrarán fuerzas para llevar su cruz con valentía, uniéndose a Cristo, el gran portador de la Cruz.

        Este es el aporte más fuerte y eficaz para que el mundo vuelva al Hogar del Padre.

       La agitación de nuestro tiempo, unida a las súper exigencias a que están sometidos los hombres no da posibilidad a veces para más largas oraciones; pero con la súplica breve, llena de confianza, podemos quizá, en medio del ajetreo diario, dirigirnos a la Madre de Dios diciéndole:  ¡Madre, saluda a los que tanto quiero...! Madre saluda también a aquellos que tanto me preocupan...  Saluda a nuestro pobre pueblo... Saluda a los que gobiernan las naciones...  Saluda a los que tanto necesitan de Tu poder transformador... Saluda a los jóvenes, saluda a los ancianos, saluda a los que viven en soledad...”
    
      “Madre, yo te saludo; salúdalos también Tú a ellos.                                                                                                                                                                                                                        
                                                                                                     Amén

Su Caminante Con María
A.M.G.De Dios 








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